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 TERTULIA DE ARTE - A29 ZULOAGA

Categoría: Historia
Fecha: 20/02/2020

ZULOAGA. Abel Yebra

            Apenas empezaba a asomar mi afición a la pintura cuando llegó a mis manos un librito sobre Zuluaga. Un librito en octavo, de la colección de Artistas Vascos, editado en San Sebastián en 1955. En su portada presenta, a todo color, su cuadro Torerillos de Turégano. Es para mí una joya. Y como tal la conservo. Desde entonces guardo una especial admiración por este pintor. Y ahora, agradezco que esta tertulia me brinde la oportunidad de acreditar esta admiración.

            Zuloaga nace en Éibar en el año 1870. Su padre madrugó a despertar en su hijo -que le ayudaba en el taller de damasquinado- el gusanillo del arte. Gusanillo que el chico empezó pronto a sentir coleando fuerte en su alma. Viéndolo el padre, lo envía sin más dilaciones a Madrid, para que aprendiera copiando a los grandes maestros del Prado. Y se ve que aprende con presteza, pues ya a sus 17 años presenta un cuadro a la Exposición Nacional. Un cuadro que titula Un sacerdote rezando en una habitación antigua. Este aprendizaje enraíza para siempre en la paleta del pintor.

            Su padre, orgulloso del chico, lo anima a seguir estudios en Roma, donde pinta El forjador herido. Empieza Ignacio a volar por su cuenta. Ve que el mundo del arte se cuece más en París que en Roma, y allá se va decidido, como Modigliani. En París convive con Rusiñol y con su paisano Uranga, de quien nos deja un retrato formidable, con blanca bata rota y chapela. Participa en exposiciones colectivas junto a la flor y nata de los pintores impresionistas (Monet, Degas, Van Gogh, Toulouse Lautrec, Gauguin…). Vive con éstos en los aledaños de Montmartre, cerca del Mouline de la Gallete. Asiste ala Academia de La Pallete. Pasa también con ellos apuros económicos, cuando a Van Gogh no había quien le comprara un cuadro por 10 francos.

            Pero aquellas modas impresionistas no le convencen mucho a nuestro Zuloaga. Siente que no encajan bien con su indómito carácter hispano. Puede más en él el rigor de las pinceladas de Velázquez, del Greco y de Goya, aprendidas en el Prado, que toda aquella amalgama de estilos reinante en París. No se deja acorralar y rompe con el impresionismo.

            Zuloaga, como Unamuno, es un vasco encandilado por Castilla. Castilla, decía, hay que pintarla con pinceles de hierro. Hierro de Bilbao, hierro de Chillida, hierro de los pinceles de Zuloaga. Sus cuadros se emborrachan con fuertes tragos de pigmento. Su pintura es más profunda, más contrastada, más negra, más española en definitiva. Y esto es lo que más me gusta de Zuloaga.

            Nuestro pintor es, sobre todo, un alma inquieta, vital, errante. De pronto, se va a Londres con Rusiñol, donde queda prendidode los cuadros de Wistler, llenos de fuego; vuelve y recorre España de punta a punta. Eso sí, por donde pasa, pinta lo que ve. Y no solo lo pinta. Lo vive, lo prueba. En la temporada que pasa por Andalucía, se mete a torear, a vivir en sus carnes esa parcela tan típica de España. Así, en la plaza que Manuel Carmona tiene en Sevilla, aparece en los carteles con el apodo de “El Pintor”. De verdad, es un hombre inquieto este vasco que remanga su camisa -como se ve en algún autorretrato- y, valiente, se mete a la faena. Con todo se atreve.

            En 1895, monta en París una exposición con sus cuadros de temas andaluces. Al año siguiente obtiene la segunda medalla en la Exposición Nacional de Barcelona, por su cuadro Amigos. Y luego, en el 98, también en la Exposición Nacional de Barcelona, arranca la primera medalla por su cuadro Víspera de la corrida.Con sus 28 años, ya Zuloaga se engancha al tren de los éxitos. Sus pinceles se aploman. Se siente seguro.

            Pone taller en Segovia, junto a su tío Daniel, el ceramista, donde pinta algunos de sus cuadros más famosos: Los flagelantes, La víctima de la fiesta, Las cofradías, Las brujas de San Millán, El enano el Botero… Zuloaga ronda los 30 años. Es el tiempo más intenso de su actividad pictórica. Sus cuadros empiezan a subir rápido en prestigio y cotización. El Estado Francés adquiere el cuadro Retratos de mis primas, para colocarlo en el Museo de Luxemburgo.

            En 1899 abre estudio en París, y en mayo de este mismo año se casa con Valentine Dethomas en la iglesia de Saint Philippe de Roule. Pinta en París, en Sevilla y en Segovia. Expone en Bruselas, Berlín,Düsseldorf Colonia y Dresde, donde es premiado con la Gran Medalla de Oro. Entabla amistad con Rainer María Rilke.

            En 1903, el andarín Zuloaga cambia su cuadro El mielero por un automóvil. En París, un número de “Le Figaro ilustré” es dedicado íntegramente a Zuloaga. Su pintura enlaza con la tradición realista española. Pinta con dramatismo descarnado los tipos y costumbres de la España que le toca vivir. Esto le aproxima al grupo literario del 98, que le rinde un sonado homenaje en Madrid. No en vano Zuloaga es considerado como el “pintor de la generación del 98”, por su pintura tremenda y castellana, por su amistad con los personajes de esa generación, a muchos de los cuales retrata. Por su taller de Zumaya pasan y posan Azorín, Falla y Ortega y Gasset.

            Ignacio Zuloaga pinta con un estilo personal, sin dejarse llevar por los cantos de sirena de los novísimos pinceles de París. Le puede su temperamento español. Prefiere los tonos fuertes, oscuros, negros y tierras. Sus cielos segovianos son tenebrosos, los vestidos de sus cuadros son campos negros donde se iluminan rostros blancos. Se atiene a El Greco, a Velázquez y a Goya, y a su realismo dramático.

            En 1905 expone en Praga, Rotterdam, Amberes, Lieja, Venecia, Dresde y Viena. Y en 1906 abre nuevo estudio en París –rue Caillain, 54- y nuevo estudio en Segovia, con su tío Daniel, en la iglesia románica, abandonada, de San Juan de los Caballeros.

            En 1907 se intensifica su época de retratista. Es considerado, respetado y buscado como gran retratista. Le gusta meter el paisaje austero de Castilla en sus retratos. Un paisaje fuerte y enérgico que se ve en la mayoría de sus cuadros, con el que intenta también retratar el alma de sus modelos. Pinta Los flagelantes. Su exposición en la Hispanic Society de Nueva York es visitada por 70.000 personas. Numerosos coleccionistas y museos se movilizan para comprar sus cuadros. Zuloaga es un pintor de reconocida fama internacional.

            Viaja por España con Maurice Ravel. Años antes lo había hecho con Rodin. Ama España y se siente orgulloso de enseñarla y abrirla al mundo de la cultura. Pinta el retrato de la condesa de Noailles, de porte clásico, recostada en un canapé, de tonos nocturnos, románticos e insinuantes.

            En 1917 inaugura el museo de Goya en Fuendetodos, en la casa que había comprado a los Lucientes. Abre también su estudio en Madrid, en el Paseo de Rosales, donde hace los retratos del Rey y de la duquesa de Alba. Al poco tiempo abre un nuevo estudio en Las Vistillas. Organiza en Granada, junto con Falla, un concurso de cante jondo. El temperamento plural y vibrante de Zuloaga le empuja a apuntarse a toda manifestación artística, del género que sea. De ahí su amistad con músicos, literatos, escultores y cantantes de su época.

            En 1925 viaja a América con Pablo Uranga. Expone 52 lienzos en Nueva York, con un éxito apoteósico. Y luego en La Habana. Pero siempre retorna a su España, donde multiplica sus exposiciones, especialmente en Madrid y Barcelona. En 1931, el Museo de Arte Moderno de Madrid adquiere obras suyas para montar una sala dedicada exclusivamente a Zuloaga.

            En 1938 es invitado a la Bienal de Venecia, donde se le concede el reputadísimo Premio Mussolini.  Dice Angulo Íñiguez que en los últimos años del pintor, “su paleta se aclara”. Pero siempre ha pintado con un estilo rebosante de energía, de virilidad y de realismo, que son las características típicas españolas que nunca abandonaron sus pinceles.

            Y, en fin, absorto en tanto éxito, la muerte le sorprende con los pinceles en la mano. El 30 de octubre de 1945, fallece Ignacio Zuloaga Zabaleta, en su estudio de Las Vistillas de Madrid, a sus 75 años. Este mismo año fallecía también Gutiérrez Solana, que llevó más al extremo el tenebrismo y el pesimismo de aquella España del 98. Pero Zuloaga nos entrega una vida más movida y prolífica. Nos ha dejado 600 cuadros, que ya es cosecha. Quizá la historia, que se encarga de poner las cosas en su sitio, conceda algún día a Zuloaga el justo sillón de honor que tiene merecido en el gran salón de la pintura española.

ZULOAGA 1870 - 1945. Enrique Cabellos.

Ignacio Zuloaga y Zabaleta, nacido en Éibar, pronto fue introducido en el mundo artístico de su familia, y en París recibe la influencia del postimpresionismo, de la escuela de Pont Aven, que marca un potente grafismo. De muy joven, en el museo del Prado descubre a un pintor que le sorprende por su fuerza expresiva, pero que en el museo está arrinconado, nada menos que El Greco, por entonces poco valorado por los directores del museo. En París está en venta su cuadro “Apocalipsis de San Juan”, que lo compra Santiago Rusiñol y más tarde Zuloaga lo instala en su estudio parisino. Allí lo ve años más tarde, a principios del siglo XX, el joven Picasso al frecuentar su amistad con Zuloaga, y será un impacto que se reflejará en 1906 en sus “Demoiselles d’Avinyó”, obra fundacional del cubismo y emblema del nuevo siglo. Cabe considerar que ambas obras del Greco y de Picasso conviven hoy juntas en el MOMA de Nueva York.

Volviendo a Zuloaga, en Andalucía descubre, con el cambio de siglo, el mundo gitano, tan lejano de su tierra vasca. Su padre le pone en contacto con el mecenas inglés Alfred Morrison que a su vez le permite conocer a influyentes marchantes, que serán decisivos para su futura proyección internacional. En Segovia, con su tío ceramista David Zuloaga, se impregna de la austera y dura visión de una Castilla, por entonces muy rural y encerrada en sí misma. Ese ascetismo será una de las esencias de su pintura. Tampoco hay que echar en falta el influjo de la España de 1898, con sus derrotas y una generación que clama por un cambio confuso, plagado de amargura, derrotismo y nuevos aires.

El nuevo siglo le encuentra en París, con frecuentes viajes tras las exposiciones a las que presenta cuadros por toda Europa. En 1909 la Hispanic Society de Hungtinton, enamorado de todo lo español, expone una gran muestra de su obra que adquiere prestigio y valor en el mundo americano, que pronto se traslada al mundo hispano-americano, y a una Argentina, entonces poderosa e influyente. Hay aquí un cierto paralelismo vital con Sorolla. Aunque sus obras son casi totalmente contrapuestas, la luz y el tenebrismo, la alegría del vivir y la mirada introspectiva, la naturaleza y el retrato, ambos son lanzados por la Hispanic Society, y por los marchantes internacionales. Su cotización sube y sus viajes internacionales suponen trabajar para grandes potentados que pagan a precio de oro sus obras. Ambos reúnen una gran fortuna. América busca sus trabajos y los de otros muchos artistas españoles, con marchantes que venden no lo mejor, pero sí lo más caro, con enormes beneficios para el marchante. Son los primeros años del siglo antes de la primera guerra mundial. Y ambos siguen la misma pauta de mandar poca obra al otro lado del Atlántico, mientras los millonarios argentinos, chilenos, brasileros y norteamericanos llegan a Europa en busca de ambos artistas, y viven o hacen escala en Paris. Se entienden directamente con sus adineradas familias que posan aquí para ellos, como dioses del olimpo del arte, librándose de la especulación de los muy necesarios marchantes.

A decir verdad es Sorolla el que saca más partido crematístico, con retratos de familias con niños, y algún perro, mientras Zuloaga se especializa más en el retrato individual de personajes notables, con una gran expresión y dignidad.

En la exposición de Roma de 1911, nuestro artista se enfrenta por conseguir lugares preferentes con un grupo de pintores madrileños, cuyas aristas tardarán en desvanecerse. La Gran Guerra de 1914 – 1918 supone un volver a sus orígenes españoles y sus estancias en París se reducen al mínimo, mientras en 1920 se instala en Las Vistillas, pero no llega a exponer en Madrid hasta 1926, ya cicatrizada la aventura de Roma.

En su etapa de madurez final su obra se hace más consistente, su fama y alta cotización le lleva a todos los mercados mientras su obra entra en grandes museos.

Son características de su obra las siguientes:

En su obra predomina el retrato, incluso cuando pinta algo genérico introduce a personajes prototípicos e innominados en su tema.

Sus cuadros corales son los menos, incluso cuando representa grupos gusta de hacer relevante al personaje que considera principal.

Hay casi siempre un tema principal que resalta en primer término con fuerte personalidad y potencia.

La figura clave del cuadro está pegada o muy cerca del borde inferior del cuadro, como asentado sobre su marco inferior

Los fondos tienen autonomía propia, no suelen enlazar con el personaje o tema principal, sino que mantienen su diferenciación.

El fondo actúa como un telón añadido, mientras personaje y telón se ignoran. Es muy exótico encontrar al personaje integrado en el paisaje o fondo.Hay dualidad entre retrato y paisaje.

El fondo suele estar muy trabajado, huyendo del fondo plano, con frecuentes elementos simbólicos que aluden al personaje, a la ciudad o región.

En algunas ocasiones aparecen elementos laterales que fuerzan la sensación vertical, o crean un efecto túnel del primer término al fondo.

Hay frecuente descentramiento del elemento o personaje principal que cae hacia un costado.

Cierto “horror vacui” llenando espacios vacíos con telas, flores, cortinas.

Abundan las formas curvas y, a veces, aparecen amplios arcos o formas cuasi circulares.

Los colores abundan en la gama de los marrones y de los rojizos tenebrosos.

En la segunda parte de su vida, digamos tras la Gran Guerra, su paleta se aclara y surgen obras mucho más luminosas.

 

 

 

 

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